Edu —mi buen amigo, dibujante y actor aún por descubrir Edu Fraile— pasea por el centro de un Madrid amenazado por la lluvia cuando repara en un edificio. En apenas unos segundos, toma y publica en Instagram la imagen con la que abro esta entrada: las ventanas de un edificio de viviendas, iluminadas, se reflejan en los ventanales de un edificio de oficinas. Este fenómeno físico es propiciado porque, al contrario que aquellos espacios privados, el interior oculto tras los ventanales carece de luz.
Casi instantáneamente, en mucho menos tiempo del que utilizó Edu en realizar y compartir su fotografía, esta visión de la negociación entre luces, reflejos y oscuridades alumbra en mí destellos de otro momento que vibró en la misma frecuencia: me encontraba diseñando los componentes de Active Triangles, mi serious game de coopetición. En él, tres piezas de distinta forma (hexagonal, cuadrada y circular) se conectan siguiendo una cierta mecánica a unos triángulos gracias a dos ranuras que se abren en ellas. Como cada triángulo tiene a su vez tres conexiones, se van formando ramas y ramas que hacen aumentar el volumen de la figura resultante.
Llevaba días cambiando el ángulo de las ranuras de las piezas porque, llegados a una cierta acumulación de conexiones, se alcanzaba un momento crítico en el que las uniones no podían ser ocupadas por más elementos porque se encontraban ocultas, superpuestas o sin espacio suficiente. La figura colapsaba.
Aún no había descubierto que ya conocía la solución; se encontraba en la lectura, semanas atrás, de este texto divulgativo de Juan Pérez Ventura: «La timidez botánica: el increíble comportamiento de las plantas». En él describe como los árboles, cuando están muy pegados entre sí, guardan una distancia milimétrica con las ramas de los vecinos, evitando que éstas se toquen y superpongan. Sea cual sea el porqué de este comportamiento coopetitivo —en el artículo se exponen varios—, el resultado es beneficioso para la colonia arbórea que gestiona así eficazmente los recursos que le permiten desarrollarse y perdurar.
Más tarde descubrí que hay varios de estos ejemplos en la naturaleza —quizás cooperar en un entorno competitivo sea inherente a ella y no un fenómeno tardío y asociado al progreso civilizador—; de entre todos, me llamó la atención la estrategia de las hormigas para no provocar atascos en la labor de construcción de sus galerías: una, en apariencia, sabia combinación de trabajo e inhibición ante el mismo que produce que la actividad fluya constante y sin obstáculos en un espacio mínimo por el que, además, discurre una población enorme.
Salgamos del hormiguero para volver al juego: bastó con quitar una de las conexiones a uno de los tres modelos de piezas (el circular), limitando así su poder de ensamblaje a un solo nodo, para que la figura creciera y se expandiera sin problemas, limitada ya tan solo por el número de componentes disponibles para su desarrollo.
Al igual que la fotografía de Edu, la construcción y posterior contemplación de esa configuración casi orgánica iluminaba todo un campo de posibilidades, analogías y significados que habían estado siempre ahí, delante de mí, pero ocultos tras el foco; el estético clúster expresa perfectamente como una inhibición controlada, un recorte consciente de las posibilidades, provoca que el sistema se desarrolle de manera más eficaz. A veces, incluso, de forma disruptiva.
Así, de destello en destello, recordé como la anotación de «la nada» permitió la articulación de toda nuestra ciencia matemática; volví a considerar la utilización del vacío en la escultura de Chillida como catalizador del peso y potencia de la materia que lo rodea; advertí el silencio como base de la creación musical y releí el manifiesto por las calm technologies de Amber Case —en el que propone deshacernos de algunas de las funciones de la tecnología para dotar a nuestro tiempo de mayor libertad, creatividad y calidad.
Por fin, la solución material al colapso de las piezas del juego acabó por visibilizar, hacer tangible, un problema que arrastraba desde siempre; también su remedio: replantear la manera en la que acometo el trabajo en equipo y la colaboración en distintos proyectos, escuchando con intención, dando cabida a la idea y la iniciativa de los otros, inhibiendo aquellos aspectos que acaban por limitar o empequeñecer el plan…
Como Edu, paseo por un Madrid ventoso y amenazado por la lluvia. Llevo puestos unos auriculares por los que escucho «Ascension», de John Coltrane, una intensa amalgama sonora de cuarenta minutos de ininterrumpido free jazz que exige, para su percepción, dejar la mente en blanco. Reparo en una fachada iluminada por el resplandor del edificio que lo enfrenta y para el que sirve de espejo; el juego de luces, oscuridades y reflejos trae a mi mente ideas y conceptos que, como delirantes progresiones de saxo, vibran en la misma frecuencia.